martes, 7 de agosto de 2012

3.3 MULTICULTURALISMO E INTERCULTURALISMO


FUENTE DE INFORMACION: Colegio de Bachilleres, FILOSOFÍA I, Libro para el aprendizaje , (2009) México, pp. 155 – 163, (Modificado)FUENTE DE LA IMAGEN:http://www.google.com.mx/imgres?imgurl=http://de10.com.mx/img/multiculturalidad.jpg&imgrefurl=http://de10.com.mx/detalle1350.html&usg=__X10VEPBBfvYmFvvkYme262Y59Pc=&h=345&w=329&sz=45&hl=es&start=1&sig2=baiSsUOG3K9v4kVc1vFElw&zoom=1&tbnid=fg_xubsMdp9DJM:&tbnh=120&tbnw=114&ei=cjYhUK2aGMGM2gWho4HoAg&itbs=1

Cada etapa de la historia vive sus propios conflictos, sus propias formas de pensar y de comportarse. Lo importante es que seas capaz de percibir las problemáticas que, como adolescente, son más comunes en tu entorno, pero no sólo eso, además debes reflexionar críticamente los factores que las propician, las consecuencias que a la larga generan entre la gente que te rodea, la importancia que tendría para ti de permanecer inconsciente de ellas y, sobre todo, pensar en las posibles soluciones.


Generalmente, a tu edad, las cosas que les suceden a las demás personas, los conflictos morales o políticos que vive tu nación no son cosas que te preocupen o te quiten el sueño, pero, sin embargo, lo recomendable es que comiences a hacerte consciente de las cosas que vive tu sociedad e intentar comprenderla, verás que este ejercicio de análisis fomentará en ti una actitud reflexiva, crítica, y, lo mejor de todo, es que podrás volverte más solidario y humano.



CULTURA


El conjunto de todas estas manifestaciones sociales forma parte de tu Cultura, es ella la que te proporciona una forma de pensar, una manera de actuar, de reflexionar las cosas, de tratar a la gente, de vestir, etc. Aunque no lo creas eres un producto de la cultura, ella determina una gran parte de lo que eres y de cómo actúas o vistes, es la cultura la que te da las tradiciones, la identidad como pueblo y, obviamente, una gran parte de todo ello es un reflejo de lo que eres tú mismo.


La cultura puede definirse como el conjunto o reunión de todas aquellas manifestaciones desarrolladas por el ser humano en una sociedad especifica y determinada por una región histórica, política y local. Tales manifestaciones incluyen y abarcan todos los ámbitos sociales reconocibles y aceptados por una sociedad entera que le dan sentido, valor e identidad. Por lo cual se puede decir que la cultura está formada por ciertos patrones de comportamiento que son compartidos por un grupo social, es la relación mutua que se extiende a un determinado número de individuos y que les proporciona valores en común, los cuales les sirven para identificarlos de un grupo social diferente.


Manifestaciones de la cultura pueden ser la forma de pensar, las tradiciones que se han acuñado con el paso de los años de generación en generación y que siguen predominando hasta la fecha, las costumbres heredadas, los tipos de conocimientos transmitidos socialmente, la forma de interactuar con los demás e, incluso, el idioma mismo. Gracias a ello se puede identificar culturas muy diversas entre sí e, incluso, tales manifestaciones pueden ser muy evidentes para clasificar a los pueblos o a las sociedades.


Un ejemplo, es la vestimenta tradicional de un país, estos trajes folklóricos forman la cultura de una sociedad, no es necesario que toda la población los utilice o los porte diariamente, sino que es tanta su importancia en la identidad de una nación que, el sólo verlos, te remite a la sociedad específica.


El término cultura, sin embargo, puede tener varias acepciones, pero en general, se refiere al conjunto de comportamiento, conducta física y mental que un pueblo desarrolla con el paso del tiempo hasta crear su propia identidad. En la actualidad se ha intentando fomentar la apreciación de la cultura como un intento por recuperar las tradiciones y costumbres que han comenzado a desvanecerse entre la espesa niebla que ha dejado tras de sí los sistemas económicos, el desarrollo de la tecnología y la globalización.


¿Pero cómo afectaría la globalización a la pérdida de identidad cultural? La respuesta ciertamente exige una valoración y análisis crítico de las consecuencias del enorme proceso tecnológico, económico y social que significa, en sí misma, la globalización. En líneas generales, la globalización ha comenzado a causar efecto en prácticamente todas las culturas y se ha expandido, incluso, en los lugares más recónditos del globo terráqueo, causando una gran transformación cultural a lo largo y ancho del planeta.


Dentro de sus características generales está el llevar a un amplio espectro las economías locales para hacerlas participar de un mercado mundial en donde se participa compitiendo vorazmente contra compañías transnacionales que acaparan la producción y venta de productos. De esta forma, los pequeños comerciantes pueden quedar en desventaja ante tal situación que genera una producción masiva de bienes y servicios. Al mismo tiempo, la globalización consiste en un cambio social tan acelerado que ciertas formas de pensar, de hablar o de comportarse han tenido que irse transformando constantemente para poder conseguir una adaptación adecuada al medio social en el que estás viviendo. Las cosas se vuelven obsoletas con increíble rapidez y se insertan, cada día, nuevas formas de interpretar la economía mundial.


La globalización supone que vivimos en una sociedad mundial, por esta razón, se piensa que no existen lugares aislados y que ninguna población, sociedad o grupo étnico vive al margen de ningún otro. Sin embargo, la globalización ha marcado una tendencia en las sociedades contemporáneas hacia una perspectiva que universaliza y unifica las culturas, esto quiere decir, que desde una perspectiva muy general, la globalización conlleva un fenómeno que integra una diversidad de culturas pero para conformarlas como una sola, lo que trae como consecuencia la pérdida de identidad y las características que expresan cada una de manera particular. Un pueblo indígena tendría que dejar a un lado sus rústicos modos de producción para integrarse eficientemente al mercado mundial donde se compite cada vez con productos de mejor calidad y más eficientes.


Se produce, por lo tanto, una homogeneización cultural en el mundo. La globalización es la etapa actual del sistema económico capitalista cuyas miras parecen estar ubicadas a ser un proceso irreversible que culminará más allá de la instauración de un único sistema económico, cultural y social.


Se está produciendo una paulatina universalización mundial que unifica formas de vida, pensamiento, idioma, cultura, vestimenta y formas de comportamiento.


Ante este fenómeno surge una perspectiva que intenta anteponerse a las consecuencias irreversibles propiciadas por la globalización e intenta presentarse como un modelo de política pública contra la uniformización cultural heredada de la globalización. Por lo cual, la globalización puede estar profundamente relacionada con una expresión cultural contemporánea conocida como Multiculturalismo.


MULTICULTURALISMO


Este término alude a la situación actual que se vive en la sociedad contemporánea, puedes haberlo escuchado con anterioridad en la televisión o el radio, o haberlo leído en periódicos, revistas o algún libro. El multiculturalismo es un concepto clave que se ha extendido hacia muchas partes del ámbito del conocimiento porque gracias a él se intenta interpretar los diversos fenómenos que explican el mundo en el que vivimos.


Este concepto, como su nombre lo indica, hace referencia a la coexistencia entre una gran diversidad de culturas, es un término que intenta explicar la situación actual de la mayor parte de los países como consecuencia de la globalización y del rápido desarrollo de la economía mundial. En líneas generales, una primera aproximación al término afirma que el multiculturalismo es la coexistencia de varias culturas dentro de una sociedad más amplia y desarrollada, con una mayor capacidad de sostener una cultura propia y un pequeño sector de grupos minoritarios que reclaman el derecho a ser identificados como autónomos y a tener el derecho a ser diferentes.


En concreto, la multiculturalidad se refiere a la noción de que, en un territorio específico, coexisten diversos y muy variados grupos sociales con culturales y tradiciones distintas sin que ello implique, de manera necesaria, que exista una relación entre ellas, situación que pueden derivar en relaciones mutuas de odio, discriminación, explotación o racismo.


Por dicha razón, el multiculturalismo contempla una diversidad interesante de pluralismo cultural, puede, incluso, entenderse como las pequeñas sociedades que se encuentran inmersas en un estado o nación. Dentro de estos pequeños grupos puedes encontrar a sectores marginados o, en cierta forma, excluidos del conjunto mayoritario de la sociedad tales como: los homosexuales, inmigrantes, discapacitados, pueblos indígenas, etc.


El multiculturalismo ha sido propiciado por la importante migración que, en las últimas décadas, se ha dado de pueblos pertenecientes a países pobres y de tercer mundo hacia naciones que, a sus ojos, lucen prosperas y capaces de ofrecer una mejor calidad de vida.


Entre estos casos puedes contar el de países como Estados Unidos, que es un destino migratorio muy importante o casos como el de España en el continente europeo. De alguna forma, esto viene a terminar con el sueño que anteriormente vivieran algunas sociedades de convertirse en una nación constituida de una raza sin mezcla, pura y única. En general, no existe, en la actualidad, una raza totalmente libre de mezclas, gracias al masivo movimiento social, que se ha generado a causa de la búsqueda de una mejor calidad de vida y a las facilidades para que las sociedades puedan relacionarse entre sí, puedes encontrarnos adoptando estilos de vida que no son propios de nuestra cultura o gustos musicales que pertenecen a sociedades muy distintas de la nuestra.


Tales situaciones pueden ayudarnos a entender que, en la actualidad, todas las sociedades son multiculturales, es decir, todos somos mestizos culturales que, a través de los años, hemos venido adaptándonos a la enorme diversidad cultural, propia de las grandes ciudades y, así, ha creado con ello una sociedad mundial única y cosmopolita.


Ejemplos de multiculturalidad pueden extenderse a lo largo y ancho del planeta, ya que este término se relaciona estrechamente con la idea de que las grandes, y económicamente desarrolladas, sociedades contemporáneas viven en continua relación con importantes sectores minoritarios que se integran a la economía y vida social de una gran ciudad para recibir parte de los beneficios que ésta tiene por pertenecer al primer mundo. Pero estas pequeñas minorías o grupos sólo comparten, con la sociedad en la que se desarrollan, un mismo espacio geográfico pero, no por ello pierden sus propias costumbres, su propio lenguaje, sus tradiciones, sus creencias.


Solo son dos sociedades compartiendo un mismo espacio, pero sin perder identidad una dentro de la otra y viceversa. Sin embargo, no se debe confundir los términos Multiculturalismo e Interculturalidad.

lunes, 6 de diciembre de 2010

3.2. PROBLEMATIZACIÓN DE LA VIDA DEMOCRÁTICA Y SUS VALORES


FUENTE: Colegio de Bachilleres, FILOSOFÍA I, Libro para el aprendizaje, (2009) México, pp. 124 – 128, (Modificado)
FUENTE DE LA IMAGEN:http://www.google.com.mx/imgres?num=10&hl=es&biw=1016&bih=563&tbm=isch&tbnid=NTAH5nnBikHAVM:&imgrefurl=http://rodolfolopezisern.blogspot.com/2012/04/diccionario-filosofico-la-democracia.html&docid=PiOhWLT_MZIbFM&imgurl=https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEii3uFRmdfsmmIGWBFOz3uVuafH1QBeRCCyy5EOimGTIGiMFVcswsD65_e-iyr4e8uEGGY1iTsnCx-O4VJ6dzwHf5Ukb8LBQdIGF7Y7GgIh9DAvDkjbVdkFmLhcoknyetqfv11TCkrfn4mq/s1600/democracia_formal.jpg&w=340&h=346&ei=CjEhUOibL-jq2AWR44CYCQ&zoom=1

Es de suponerse que algunas veces te has visto en la necesidad de trabajar en equipo o de verte realizando una acción colaborativa en donde todos participan activamente para alcanzar un objetivo. Este tipo de conducta forma parte de la naturaleza social del ser humano, un rasgo muy intrínseco y característico que le ha sido invaluablemente útil para sobrevivir.

Desde tiempos muy remotos pueden encontrarse poblaciones humanas que han pugnado por salir adelante o adaptarse al medio a través de la formación de asociaciones que pudieron lograrse gracias a que el hombre pudo distinguir que ciertas actividades resultaran más eficaces cuando se realizaban entre varias personas, incluso que un hombre aislado hubiera sido incapaz de lograrlo.

¿Te imaginas a un solo ser humano realizando una labor de caza o construyendo por sí mismo un puente o levantando una enorme piedra para apilarla y formar una vivienda?

Al ir creciendo y desarrollándose una comunidad puede alcanzar un status de gran metrópoli, es decir, se vuelve una ciudad que puede ser capaz de darse sustento a sí misma a través de las labores que cada uno de sus integrantes realiza. Cuando una sociedad se vuelve más grande e importante surgen nuevos conflictos que quizás, en sociedades más rústicas, no significan un problema mayor. Este problema se concentra específicamente en la cuestión de cómo debe ser gobernada esa población y quién o quiénes son los más adecuados para tomar o delegarles tal responsabilidad.

La cuestión acerca de ¿Cómo debe gobernarse una ciudad? ha sido del interés de muchos filósofos durante varios cientos de años, ya que plantea una problemática que implica una visión reflexiva y crítica tanto de la ética, los valores, la moral o la conducta normativa con la que los hombres deben legislarse.

En sociedades primitivas las etnias eran lideradas por aquellos hombres que eran considerados más aptos para tomar las decisiones que beneficiaran a toda la población, generalmente este rol recaía en los ancianos y la justificación para hacer valer sus opiniones no era otra que la experiencia de vida y los años que les precedían.


¿Considerarías este un argumento válido para que alguien gobierne una ciudad?


Durante la historia política de los principales gobiernos del mundo, se han gestado un sinnúmero de arquetipos que han intentado ofrecer una gran diversidad de estilos gubernamentales que van desde el imperio, pasando por la monarquía, las dictaduras o el socialismo. Pero hasta este momento, ninguno de ellos parece haber sido adecuado para ofrecer condiciones de igualdad para sus ciudadanos, y de hecho, para algunas de estas formas de gobierno, este no era un tema que pareciera importarles.

Algunos de estos tipos de gobierno eran tomados por la fuerza, en vista de que existieron grandes líderes militares que se consideraban lo suficientemente poderosos y hábiles como para merecer el cargo político principal de una ciudad, y generalmente, se hacían con el mando de manera arbitraria y sin solicitar más opinión que la de su fuerza política.

Generalmente este tipo de gobiernos suelen ser tiránicos y poco diplomáticos. Otros tipos de gobierno se basan en la premisa de que su gobernante está puesto ahí por tener ciertas cualidades supremas o que su naturaleza aristocrática y su derecho a presidir una nación son otorgados por mandato divino.

Ante estos argumentos, difícilmente los gobernados reprochan o recriminan las imposiciones. Este tipo de gobierno suele encontrarse en el Imperialismo o la Monarquía. Sin embargo, ninguno de estos tipos de gobierno es objeto de discusión, sólo se mencionan describiéndolos dada la simplicidad con la que se hace, pero sólo se intenta que puedas percatarte de que no todas las ciudades se rigen ni se han regido nunca bajo los mismos estándares políticos y mucho menos, siguen las mismas conductas o actúan bajo valores morales idénticos.

Cómo sabes, en la actualidad, la mayoría de los países están bajo un régimen político que es denominado República. Todos estos países aportan la idea de que la legitimidad y soberanía del gobierno están apoyadas en cargos de elección popular, es decir, que la voz del pueblo se manifiesta a través de elecciones libres y personales que se encargan de decidir a aquella persona que tomará un cargo político y que nos representará como una sociedad unánime para defender nuestros derechos, nuestra igualdad y nuestra libertad de expresión.

Esta elección se alcanza gracias a la manifestación de las opiniones a través del voto o sufragio. Hay que tener cuidado en no identificar plenamente república con democracia, en efecto, ambos términos políticos están sustancialmente emparentados, pero una no necesariamente implica a la otra. Un ejemplo de ello es la ya extinta URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), cuyo planteamiento político de gobierno estaba dirigido a ser una república, pero que cómo sabemos, propugnaba por un gobierno socialista y no estrictamente democrático.

Pero entonces, ¿qué es una república y qué es una democracia? El significado etimológico de república es la cosa pública o común, y se refiere al hecho de que cualquier acción política de una nación debe estar orientada al bien común, es decir, que contempla la idea de no beneficiar únicamente a ciertos sectores privilegiados de una comunidad. Por otro lado, la democracia se define como el gobierno del pueblo por el pueblo. Desde un punto de vista idealizado, la democracia moderna intenta inducir circunstancias y condiciones de igualdad entre cada uno de sus integrantes a fin de evitar privilegios en ciertos sectores específicos de una nación.

¿Crees que efectivamente existe un tipo de gobierno que pueda erradicar los beneficios para unos pocos y sea perjudicial para el resto? ¿Crees que se pueda crear un sistema político que haga que todos los hombres gocen de libertad, igualdad, tolerancia, riqueza sin importar su condición, nivel académico, religión o forma de pensamiento?

En general, cada uno de los sistemas políticos actuales sean democráticos o no, intentan alcanzar un ideal de esta magnitud, proponen superar los antiguos contrastes sociales y económicos, se piensa que durante toda la historia política y social del ser humano, los principales conflictos surgieron como un intento de alcanzar justicia para aquellas clases que lucían desprotegidas, pobres, marginadas o sometidas a decisiones que sólo eran tomadas para beneficiar a unos cuantos y que, por supuesto, no se tomaban persiguiendo un bien común.

¿Qué es democracia?

De acuerdo con su significado etimológico, el término democracia surge de dos vocablos griegos, a saber demos (pueblo) y cratos (gobierno). Lo que se entiende como el gobierno del pueblo por el pueblo. De esta forma la democracia es el sistema político en donde es la masa popular la que organiza el poder político eligiendo un representante que tome las decisiones en beneficio de ellos. Concretamente, el pueblo no es solamente el objeto del gobierno, lo que se gobierna, sino también, el que se gobierna. De esta forma se tiene la imagen de un pueblo soberano, pero ¿Qué podemos entender por soberanía popular?

Muchas veces se escucha que el pueblo, en tanto que somos una democracia, es un pueblo soberano, esto no significa otra cosa más que la fuente última de todo poder, esto es, la autoridad política reside exclusivamente en el pueblo. Siendo así que el único poder existente en una nación democrática reside en la voluntad popular. La principal manifestación de la democracia es el derecho al voto, a través de éste el pueblo elige quien desea que lo represente políticamente, por lo que el derecho a esta elección es más fundamental e importante de lo que a primera vista se aprecia.

Con el voto el pueblo reivindica la victoria de una lucha que costó años para conquistar, en busca de que los gobiernos dirigieran la mirada hacia el pueblo, que se percataran de que ellos también tenían derecho a decidir sobre cómo querían ser gobernados y sobre todo, que tenían voz y que ésta debería ser escuchada. Además de esto, la importancia del voto es que es un derecho cívico-político, implica una responsabilidad ciudadana y cívica. A través de ejercerlo, conferimos el poder a un gobernante para hacer valer lo que la Constitución y la voluntad del pueblo demandan.

De esta forma, la idea de democracia puede entenderse como la situación en la que el poder político de una nación reside en una voluntad colectiva que hace valer su derecho a decidir cómo y por quién quiere ser gobernado. Generalmente la opinión y voluntad del pueblo se lleva a cabo de forma indirecta ya que es puesta en marcha por los representantes legítimos que la sociedad entera a elegido para llevar a cabo tales acciones y así, dichos gobernantes tienen que apoyarse en mecanismos informativos tales como plebiscitos, encuestas, sondeos, referéndums etc., para conocer lo que la sociedad necesita y quiere.

En un sentido bastante idealizado y convencionalmente aceptado, la democracia es un estilo de gobierno en el que se da, como principal elemento, la idea de que todos los hombres son igualmente libres, equitativamente valiosos y, como ciudadanos, deben ser tratados con justicia y dignidad con independencia de si son pobres o ricos, blancos o morenos, cristianos o protestantes, mujeres u hombres etc.

LOS VALORES DE LA DEMOCRACIA

La noción de democracia no siempre es similar en todas las culturas ni existe una forma única que represente este tipo de gobierno. En la actualidad existen muchas formas de entender la democracia, existe la democracia directa, democracia representativa, democracia liberal o burguesa, democracia popular, etc. Pero fundamentalmente, la democracia es una forma de gobierno en la que todos los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir y ser electos, y de participar abiertamente en la toma de decisiones.

Seguramente, habrás escuchado infinidad de veces el término democracia en contextos muy diferentes, incluso cuando, con tus amigos, decides el lugar al que irán a pasear o que película verán en el cine; en este caso, la decisión es tomada por la mayoría y aquellos a los que los votos no han favorecido, no les queda más que aceptar y hacerse partícipes de lo que se ha elegido por la voluntad del mayor número de individuos. De esta forma, la popularizada regla conocida como “el deseo de la mayoría” funciona, en una escala mucho menor, de manera similar a lo que sucedería en un gobierno políticamente democrático.

Sin embargo, es preciso hacer notar que una democracia intenta, dentro de sus valores centrales más importantes, procurar el Bien Común, esto es, intenta lograr el beneficio para todos sus integrantes. Es por esta razón que, aunque parezca que sólo se hace la voluntad de la mayoría, el menor porcentaje de la población también sigue siendo fundamental en el ejercicio político de la nación. Sin duda, unos de los mayores retos de la democracia es unificar intereses y opiniones, pero generalmente esto nunca es posible ya que la gente siempre tiene perspectivas muy diferentes y, en algunos casos, totalmente, antagónicas.

Por dicha razón, no sería correcto afirmar que la minoría política debe aceptar siempre lo que la mayoría decide, ya que si piensas así entonces podrías decir, con mucha razón, que una nación es gobernada por su parte mayor y que entonces, siempre existe una minoría que debe aceptar y resignarse a que otros tomen la decisión por ellos. Pero esto, sin duda, sería una idea muy alejada de la realidad. Durante el proceso en el que se gobierna una nación se presentan una enorme variedad de problemas que exigen la toma de decisiones y aquellos que deciden no son siempre la misma mayoría, por ejemplo: Un político puede estar de acuerdo en que se ponga impuesto a ciertos alimentos, pero como pertenece a un porcentaje muy pequeño tal decisión no es aprobada, pero en otras decisiones podría pertenecer a la mayoría y, de esta forma, sus decisiones serían aceptadas.

Con esto se quiere decir que no existe una mayoría orgánica y sustancial, sino que es una mayoría contingente que es el resultado de un problema político específico. Al mismo tiempo, la democracia se traduce también como un proceso en el que, para unificar puntos de vista, se debe recurrir a las negociaciones, diálogos, consensos, compromisos o acuerdos.

Así, los valores de la democracia siempre mantienen en alto el ideal de la justicia equitativa para todos, con ello sus esfuerzos se encauzan a hacer valer derechos que protejan a las clases menos favorecidas de malos tratos o de situaciones que los pongan en desventaja ante ciudadanos con mayores posibilidades de prosperar.

Por otro lado, la democracia valora la libertad de todos los individuos, nadie puede ser tratado como un ser inferior y discriminado o impedido para hacer su voluntad. Mucho menos forzado a hacer actividades o acciones que no desea. Otro valor más en un gobierno democrático es la fraternidad, valor que está ampliamente relacionado con la libertad y la igualdad. Pero sin duda, dicho valor también tiene características muy propias que lo distinguen.

Como se dijo anteriormente, la democracia se enfrenta al reto de conseguir mediaciones en opiniones dispares y en dicha tarea la fraternidad puede ser una herramienta muy útil para hacer más eficaz el proceso democrático.

3.1. ÉTICA Y CIUDADANÍA



HOBBES, Thomas 1588 – 1679
Cada ciudadano se puede comprometer a someter su voluntad a la voluntad de la mayoría, a condición de que el resto de ciudadanos hagan lo mismo.



Ciudadano-Ciudadanía
CIUDADANÍA. DIVERSIDAD Y CIVISMO

1. La actualidad y relevancia de una vieja noción
La idea de ciudadanía hunde sus raíces en la noche de los tiempos. A lo largo de la historia ha experimentado una incesante evolución. Su significado ha ido modulándose con el paso del tiempo, reflejando la cambiante relación entre los individuos y el poder, ampliándose e incorporando nuevos contornos y matices. Tal evolución conoció importantes hitos en la era de las revoluciones francesa y americana, y otros, no menores, en las décadas centrales del siglo XX.

En años recientes la idea de ciudadanía ha devenido expresión de aspiraciones e ideales que van más allá de su estricta significación. De ahí la inusitada popularidad y relevancia que ha adquirido. La explicación del prestigio y valor simbólico con los que aparece revestido el término en nuestros días debe buscarse en su virtualidad para denotar la plenitud de derechos que es propia de los ciudadanos de un Estado democrático, e incluso la posesión de las condiciones que hacen posible el disfrute de los mismos.

En la acepción con que frecuentemente se utiliza, el término ciudadanía connota la cualidad de miembro pleno de la sociedad. Y es lícito sospechar que, en no pocas ocasiones, lleva implícita la aspiración de extender el status de ciudadano pleno a todos los miembros de la sociedad. En la misma vena, pero en sentido inverso, a veces se utiliza para aludir a las carencias y limitaciones que algunos individuos y grupos padecen a ese respecto.

2. Un concepto polisémico, una idea que se expande
No obstante lo que antecede, conviene reconocer el carácter polisémico, cuando no ambiguo, del concepto ciudadanía. En efecto, su significado no siempre resulta inequívoco, ni está exento de una cierta bruma conceptual.

Y no tanto porque en ocasiones se aplique a ámbitos o espacios diversos -desde el municipal al europeo pasando por el nacional o estatal-como porque se emplea con distintas acepciones; sobre todo con dos.

La primera acepción del término ciudadanía es de naturaleza predominantemente formal y jurídica. En efecto, ciudadanía alude ante todo a los derechos y deberes que corresponden a los miembros de un Estado. Por ejemplo, la Enciclopedia Británica define la ciudadanía como "la relación entre un individuo y el Estado del que es miembro, definida por la ley de ese Estado, con los correspondientes derechos y obligaciones". La ciudadanía es, pues, el vínculo jurídico que liga a un individuo con el Estado del que es miembro y, por tanto, la condición jurídica que le habilita para participar plenamente en sus decisiones, a través del derecho de voto y de la posibilidad de ser elegido para cargos públicos.

En ésta su más básica definición, ciudadanía es prácticamente equivalente a nacionalidad. De hecho, en algunos países ambas condiciones se expresan con un mismo término: citizenship. Así, ciudadano es prácticamente sinónimo de nacional. Desde un punto de vista formal, sólo los nacionales de un estado poseen la plenitud de los derechos que éste reconoce. Los extranjeros pueden tener reconocidos los derechos civiles, e incluso los socio-económicos, pero no poseen la totalidad de los derechos políticos. Sin embargo, si el significado del concepto ciudadanía se limitase a esa definición, con ser ésta correcta, difícilmente se comprenderían su actualidad e importancia.

Como ya se ha apuntado, hay una segunda acepción del término, más moderna y cada vez más usada. Como la otra, también alude a la relación del individuo con el Estado, pero en una forma más amplia y sustantiva, no estrictamente jurídica, e incluyendo a la sociedad de la que el Estado es expresión política. En esta acepción, la ciudadanía supone y representa ante todo la plena dotación de derechos que caracteriza al ciudadano en las sociedades democráticas contemporáneas. Tal como se concibe desde las décadas centrales del siglo XX, la ciudadanía resulta de la acumulación de los derechos civiles, los derechos políticos y los derechos socio-económicos, que se extienden y cobran carta de naturaleza con la universalización de los servicios públicos y el Estado de Bienestar.

En realidad, en su acepción sustantiva, la ciudadanía no se limita a la posesión de derechos: éstos son condición necesaria pero no suficiente de aquélla. La ciudadanía implica también la posesión de las condiciones necesarias para poder hacer efectivos aquéllos, para que no resulten desvirtuados o anulados por graves situaciones de desventaja u otros hándicaps, por prácticas informales como la discriminación y el racismo, o por alguna de las circunstancias que conducen a la exclusión social.
Así concebida, la ciudadanía constituye la culminación, con los contemporáneos Estados de Bienestar, de un largo proceso histórico. Conviene repasar someramente sus principales hitos.

3. La ciudadanía, en perspectiva histórica
Histórica y después etimológicamente, la ciudadanía aludía a la relación de un individuo con su ciudad. El ciudadano era primordialmente el habitante de una ciudad, ya fuera una ciudad-estado en la Grecia clásica o una ciudad libre en la edad media y en la moderna -libre, esto es, de los órdenes intermedios y de las jurisdicciones señorial y eclesiástica, y sólo sometida, y con importantes limitaciones, al monarca-. En ambos casos, las ciudades constituían colectividades relativamente libres, y sus miembros estaban exentos de lazos de dependencia personal. A esa excepcional condición respondía el dictum medieval que sostenía
que "el aire de la ciudad hace libre".

Pero, en realidad, no todos los habitantes de la ciudad eran 'ciudadanos'. La ciudadanía estaba por lo general circunscrita a los hombres libres, que tenían derecho a participar en el debate público en tanto contribuían directamente al sostenimiento de la ciudad, ya fuera pecuniaria o militarmente. La ciudadanía no se extendía generalmente a los extranjeros o 'metecos', ni a las mujeres, ni a los sirvientes.

La noción de ciudadano, asociada a la moderna idea de 'nación', revivió y cobró nuevas dimensiones a fines de la edad moderna, especialmente con las revoluciones francesa y americana. Desde entonces, ciudadano se identifica con persona, desapareciendo, entre otras, las condiciones excluyentes asociadas con la edad, el sexo y la propiedad. La nación, titular de la soberanía, se concibe como el conjunto de los ciudadanos; en consecuencia, el poder emana de éstos y se ejerce en su nombre. De aquí deriva el corolario de los deberes y obligaciones, consustancial a la noción de ciudadano: poseedor de los derechos, protagonista del destino y por ello responsable de la cosa pública. Subyace la idea del 'contrato social'. Puede decirse que la moderna concepción de la ciudadanía supone la integración de los tres principios rectores de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

Las revoluciones francesa y americana, con su insistencia en los derechos del ciudadano, supusieron para la mayoría de la población el paso de la condición de súbdito a la de ciudadano. Ello no obstante, la plena expresión de la ciudadanía seguiría estando condicionada a la propiedad hasta fechas muy tardías, como lo probaban las limitaciones del derecho de sufragio en la decimonónica 'democracia censitaria'. Y para las mujeres aún tendría que esperar a la conquista del derecho de sufragio.

En el curso del tercer cuarto del siglo XX, la universalización en las sociedades democráticas más desarrolladas de los servicios públicos, la general elevación de los niveles de vida y la extensión de los derechos socio-económicos -incluidos los sindicales-, no sólo confiere un nuevo sentido a la idea de ciudadanía sino que la extiende a la gran mayoría de la población. Hito decisivo, pues, en la evolución del concepto es el desarrollo de los Estados de Bienestar: la práctica universalización de los derechos socioeconómicos, y el reconocimiento de su decisiva importancia, conducen a la incorporación de éstos al concepto mismo de ciudadanía.

El padre intelectual de esta decisiva ampliación es el sociólogo británico T. S. Marshall, que en 1950 definió la ciudadanía como el status que corresponde a quienes son miembros plenos de una comunidad. Para Marshall, la ciudadanía engloba tres familias de derechos: los civiles, claves para el ejercicio de la libertad individual; los políticos, necesarios para la plena participación en los asuntos públicos; y los socio-económicos, que permiten disfrutar del nivel de vida y la protección social. Se abre así camino la noción de que para poder ejercer plenamente los otros derechos es condición necesaria poseer unas condiciones materiales que los hagan posibles.

La ciudadanía corrige o limita el impacto de las desigualdades inevitablemente generadas por el sistema económico. Supone o asegura un cierto grado de redistribución de los bienes materiales y, por tanto, de igualdad. La idea de ciudadanía se convierte así en un ideal democrático e igualitario, en un desiderátum.
En suma, la historia de la expansión de la ciudadanía corre paralela a la de la democracia. Se extiende en dos sentidos: a) abarcando cada vez a más individuos, superando barreras de sexo, propiedad y origen, y rebajando las de edad; b) ampliando la gama o dotación de derechos que confiere. De ahí emana la moderna distinción entre 'ciudadanía sustantiva' y 'ciudadanía formal'.

En realidad, la historia contemporánea, y buena parte de la anterior, podría reescribirse desde el punto de vista de la ciudadanía, o, si se prefiere, tomando como hilo conductor la evolución del concepto de ciudadanía, siempre ligada a la idea de libertad y a la dignidad que ésta entraña. Pero el progreso práctico de la ciudadanía no es lineal ni ininterrumpido. Su evolución reciente, y la misma actualidad de la noción, está fuertemente influida por el proceso de conversión de un cierto número de sociedades en multiculturales y pluriétnicas.

4. Ciudadanía, diversidad y exclusión
En efecto, la gran actualidad de la idea de ciudadanía sería difícilmente comprensible sin el impacto de la 'nueva inmigración', la que se produce desde mediados de los años setenta del siglo XX, con sus nuevos caracteres y en un contexto distinto del de las migraciones de la era clásica. Quizás el rasgo más destacado de las migraciones internacionales en nuestros días sea la extraordinaria diversidad humana que entrañan, resultante de la mundialización acaecida en los flujos migratorios. En diametral contraste con el pasado, en nuestros días el grueso de los inmigrantes en las sociedades receptoras del metafórico Norte procede de Asia, África, América Latina y Europa del Este.

En su virtud, el paisaje social de aquéllas ha cambiado drásticamente. El espectro de nacionalidades y etnias es peculiar en cada caso, pero un considerable grado de diversidad humana es común a todas ellas. Hace sólo cincuenta años, sin embargo, el paisaje social era sensiblemente diferente en todos los lugares.

En ese corto lapso de tiempo, algunas sociedades, entre ellas las de la Unión Europea, han experimentado una de las transformaciones más profundas e influyentes ocurridas hasta la fecha: su conversión en sociedades pluriétnicas y multiculturales. Pocos cambios sociales pueden competir con éste en importancia e implicaciones. Afecta profundamente a la estructura social –a través de la creación de nuevas desigualdades o de la perpetuación de las viejas-, al mercado de trabajo, a la provisión de servicios públicos básicos y a los establecimientos que los proporcionan, a las infraestructuras sociales y al Estado de Bienestar; incrementa considerablemente el pluralismo cultural, lingüístico y religioso; afecta a la etnicidad, a los sentimientos identitarios y a la concepción de la nación -quién forma parte del nosotros y quién no-. Al hacerlo pone a prueba la solidez de algunos de los principios ilustrados sobre los que se fundaron las sociedades democráticas, como la igualdad básica entre los ciudadanos y la cohesión social. Entraña el acomodo de la heterogeneidad.

Un cierto número de sociedades se encuentran muy avanzadas en ese proceso de conversión. En otras sociedades, entre las que se cuentan las de la Europa del sur, esa transformación está aún en sus primeros estadios, aunque ya no en sus albores. Pero cabe pronosticar con seguridad que se completará en el próximo futuro, y en un tiempo relativamente breve. Un cierto número de ciudades europeas -Frankfurt, Ámsterdam, Berlín, Viena, Zürich, París, Londres y otras, con sus correspondientes áreas metropolitanas- hacen ya honor al calificativo de ciudades mundiales, con no menor derecho que Nueva York, Los Ángeles, Miami, Toronto, Vancouver o Sídney.

Una breve visita a cualquiera de las ciudades que más leguas han recorrido en ese camino permite pensar que la experiencia de la multiculturalidad no tiene por qué ser negativa. Cosa distinta es deducir de ello que el acomodo de la diversidad, por usar un término de raigambre clásica, sea fácil. No lo ha sido en las tradicionales sociedades receptoras de inmigración como Norteamérica o Australasia, donde la inmigración ha sido un mecanismo esencial en la construcción de la nación.

Y no debería sorprender que esta conversión sea particularmente difícil en Europa, donde un largo pasado emigratorio y una tradición de concepciones exclusivistas de la nacionalidad han dejado poderosos sustratos socio-psicológicos que militan en contra de la plena incorporación de los inmigrantes a la sociedad.

Pues bien, la combinación de un considerable aumento de la diversidad humana, en un cierto número de sociedades receptoras, con crecientes dificultades de integración social, en un contexto histórico menos propicio a ésta que el anterior, otorga nueva vida al concepto ciudadanía, sobre el telón de fondo de la concepción marshalliana de la misma. Paradójicamente, cuando en algunas de esas sociedades la ciudadanía sustantiva se ha extendido a la gran mayoría de los miembros nacionales de la sociedad, la inmigración, en unas condiciones distintas de las clásicas, incorpora a nuevos miembros que, por lo general, no poseen la plenitud de los derechos ni las condiciones de vida que hacen posible el disfrute y ejercicio de éstos. Algunos conseguirán aquéllos por la vía de la naturalización.

Otros, los inmigrantes que han alcanzado la condición de residentes permanentes -denominados en inglés denizens, en paralelo analógico a los citizens-, poseen los derechos civiles y la mayor parte de los socio-económicos, pero no los políticos. Más abajo en la escala de derechos, y por lo general de condiciones de vida, se sitúan los inmigrantes temporales; y más abajo aún, los 'irregulares' o 'sin papeles'.

En consecuencia la inmigración da lugar a marcadas gradaciones de la ciudadanía; y, a la inversa, crea las condiciones para que la extensión de la ciudadanía devenga una exigencia. A la ciudadanía se opone la exclusión, social y política. En las filas de la primera militan desproporcionadamente los inmigrantes; la segunda afecta sobre todo a los que tienen la condición de 'extranjeros perpetuos'.

5. Ciudadanía y civismo
La diversidad humana contiene grandes promesas -en algunos lugares ya realidades-, pero su acomodo no se está revelando fácil. Como ya se ha dicho, puede resultar en la aparición de nuevas fracturas sociales y en la reaparición de viejas, a lo largo de líneas en parte distintas de las del pasado. De ahí el ideal de 'ciudadanía para todos'. Ese ideal exige, desde luego, la extensión de los derechos de ciudadanía, y ello depende en gran medida de los poderes públicos.

Pero no basta con los derechos para eliminar o reducir sustantivamente las desigualdades de condición. Frecuentemente, las desventajas de origen, unidas a prácticas informales como la discriminación y el racismo, resultan más fuertes que los derechos. En consecuencia, el principio de ciudadanía exige la superación de desventajas de partida -y ello implica tratar desigualmente a los que son desiguales, siguiendo la concepción de la justicia propuesta por el recientemente fallecido John Rawls-; y combatir la discriminación.

En ambas empresas, los poderes públicos tienen especial responsabilidad y agencia; en el segundo, el establecimiento de instituciones especializadas, ad hoc, se ha revelado conveniente. Pero, de nuevo, la actuación de los poderes públicos es necesaria pero no suficiente. El acomodo de la diversidad, con la consiguiente eliminación de la discriminación y la neutralización del racismo y la xenofobia, dependen decisivamente de los ciudadanos, de sus orientaciones y comportamientos: de la cultura cívica o ciudadana de la sociedad. Esta, a su vez, debe encontrar sus más sólidos basamentos en la escuela, pero debe permear la vida entera de la sociedad.

Por otra parte, los benéficos resultados de una cultura cívica plenamente democrática no se limitan al acomodo de la diversidad, con ser ésta un logro cuya importancia es imposible de sobreestimar. De la cultura cívica dependen en buena medida la calidad moral de la sociedad y la calidad de la democracia.

En efecto, para la calidad de la democracia no basta con el funcionamiento regular de las instituciones democráticas. Este asegura la estabilidad del sistema democrático. Pero la calidad de la convivencia y la de la democracia exigen además la eliminación de lacras tales como los malos tratos a las mujeres o la violencia de género y la reducción de otras como el fraude fiscal, el fraude al seguro de desempleo, la explotación de los inmigrantes, las agresiones al medio ambiente o a la salud pública, las altas dosis de polución acústica, la ocupación política de espacios sociales y los malos modales, por mencionar sólo algunas.

Para superar estos déficits es preciso, en primer lugar, que sean colectivamente vistos como tales, que se conviertan en preocupaciones públicas; y que se comprenda que no son maldiciones bíblicas ni taras inevitables de la condición humana, sino consecuencias y manifestaciones de una cultura cívica insuficientemente desarrollada. Para la superación de estos déficits, las orientaciones y comportamientos de los ciudadanos importan tanto o más que la acción de los poderes públicos. De hecho, es difícilmente pensable que ésta pueda tener éxito en ausencia de aquéllas. Las instituciones por sí solas no pueden obtener resultados óptimos en ausencia de ese caudal de actitudes y valores sociales constituido por la cultura cívica. La cultura cívica propia de una sociedad democrática avanzada tiene su pilar central en un elevado grado de civismo. La calidad de la convivencia depende ante todo de éste.

Curiosamente, los diccionarios definen el civismo en dos sentidos distintos, aunque más conexos de lo que parece: como respeto por las instituciones y celo por su defensa; y como cortesía y generosidad al servicio de los demás ciudadanos. La calidad de buen ciudadano es equivalente a la calidad de cortés y educado, en los sentidos más amplios de estos términos.

El civismo reposa sobre valores tales como la responsabilidad, el respeto mutuo, la confianza, el sentido de lo público y del bien común, un cierto sentido de obligación hacia la colectividad y un conjunto de preocupaciones y metas que superen los límites del interés puramente particular, además de la justicia, la ecuanimidad, la prudencia y la solidaridad; o, más bien, sobre su adopción activa o incluso militante. Y reposa también sobre la comprensión y convicción de que el bien colectivo repercute poderosamente sobre el individual o particular, y de que es inteligente, incluso en términos egoístas, procurar el respeto y el bien de los otros; y, a la inversa, de que el beneficio individual logrado por medio de comportamientos abusivos o irrespetuosos deteriora la salud de la colectividad y de ello terminan por derivar perjuicios para todos.

El civismo supone tener en cuenta a los demás y situarse en su lugar. Entraña un conjunto de "restricciones voluntarias" en beneficio de la colectividad, de la que se espera reciprocidad. Supone estándares morales colectivos elevados; y éstos deparan una mejor convivencia y, consiguientemente, una vida mejor para todos. Antaño, entre las obligaciones del ciudadano primaban la lealtad y el servicio militar. Hoy el segundo ha sido generalmente sustituido por los deberes del civismo.

6. La ciudadanía, en perspectiva de futuroPuede decirse que el concepto de ciudadanía muestra en nuestros días una considerable 'vis expansiva', tendiendo constantemente a ampliar su sentido, contenido y alcance. Ha pasado de tener una connotación 'excluyente' a poseer una 'incluyente'. La idea de ciudadanía se hace cada vez más 'social', y por ello menos estrictamente jurídica y política.

En nuestros días empieza a alumbrar la posibilidad de que la ley estatal no sea la única fuente de ciudadanía, y de que ésta no dependa de la nacionalidad. El progreso de la conciencia colectiva, el propio desarrollo de la democracia, cada vez van a exigir más que la dotación y posesión de derechos no dependa de la nacionalidad, sino que baste la simple pertenencia a la especie humana, desbordando la secular hegemonía del Estado-nación.

Desarrollo fundamental en esa dirección es la creciente disociación entre ciudadanía y nacionalidad: en el futuro ésta puede dejar de ser la condición de aquélla. La extensión del derecho de voto a los nacionales de otros estados-miembro, de momento en el ámbito local, va en esa dirección; como pudiera ir en el futuro la emergente noción de "ciudadanía europea", cuando deje de estar condicionada a la posesión de la nacionalidad de uno de los estados que conforman la Unión Europea. Por lo que a los inmigrantes se refiere, la naturalización, o adquisición de la nacionalidad no puede ser la avenida preferente para alcanzar la ciudadanía.

Sin duda es una vía importante, porque es condición para la participación -ingrediente importante, a su vez, de la idea de ciudadanía-, en cuya ausencia ésta queda demediada. Pero no es condición suficiente, por cuando su virtualidad puede estar socavada por situaciones de grave desventaja. Hay, además, una creciente imposibilidad moral y política para exigir a los inmigrantes que soliciten la nacionalidad para adquirir la plenitud de los derechos, de condicionar la ciudadanía a la nacionalidad; y, por otro lado, las dificultades para el acceso a la nacionalidad en bastantes países, en particular los europeos, condena a la mayoría de los inmigrantes a la condición de 'extranjeros perpetuos'.

La posesión de la nacionalidad va a ser cada vez menos la condición necesaria para la ciudadanía. De hecho, empieza a emerger la noción de "pertenencia (o ciudadanía) post-nacional", que apunta a una fuente distinta de la soberanía nacional para el reconocimiento de derechos. Si esos atisbos se consolidan, tal vez entonces sea posible, como ha propuesto Marco Martiniello, construir "un universalismo no asimilacionista, una ciudadanía
multicultural y una ciudadanía múltiple en la Unión Europea".


Como actividad complementaria al contenido temático ya visto, analiza la selección de páginas del libro:
Martínez Huerta Miguel. Ética con los clásicos. Ed. Plaza y Valdés. México, 2007, pp. 14-16, 42-45, 79-82.

Y también lo puedes encontrar en el siguiente hipervínculo:
http://books.google.com.mx/books/about/%C3%89tica_con_Los_Cl%C3%A1sicos.html?id=MB-4PJWsk_8C&redir_esc=y

BLOQUE TEMÁTICO III


REFLEXIÓN ÉTICA SOBRE LA PRAXIS CIUDADANA
Propósito:Que el estudiante proponga acciones éticamente responsables para la vida ciudadana, mediante la reflexión critica de los valores propios de la democracia, para evaluar la importancia del interculturalismo en el desarrollo humano.

CONOCIMIENTOS
El alumno conocerá nociones filosoficas de:

Ø Ética y Ciudadanía.
Ø Problemática de la vida democrática y sus valores.
Ø Multiculturalismo e Ínterculturalismo.

HABILIDADES
  • Analiza la relación entre ética y ciudadanía a partir de los problemas de la democracia y sus valores.
  • Evalúa las diferencias culturales como parte de su desarrollo humano a partir del análisis filosófico.
  • Fundamenta filosóficamente una propuesta de solución a un problema relacionado con su proceso de ciudadanización.

ACTITUDES
  • Favorece las explicaciones racionales fomentadas por medio de la reflexión y la crítica.
  • Asume la “duda” como parte fundamental del conocer.
  • Es capaz de cuestionar sus propios pensamientos, costumbres y opiniones, con el objeto de analizarlas a través de un examen reflexivo y riguroso.
  • Desarrolla la capacidad de confrontarse con el pensamiento del “otro” a través de la crítica y el debate

PROBLEMÁTICA SITUADA:
De costumbres a costumbres1
En el oriente de Monterrey está asentado uno de los grupos indígenas mejor organizados. Se trata de una comunidad mixteca que supera las 80 familias, quienes tratan de mantener sus tradiciones y costumbres. En las casas, patios y calles, se pueden ver atajos de puercos, gallinas y perros, también se pueden apreciar huertos familiares donde cosechan maíz, calabaza, chile y otras plantas; las mujeres cargan a sus hijos y elaboran platillos tradicionales. Sin embargo, lejos del romanticismo, la gente batalla diariamente para ganarse unos pesos con las artesanías que producen, mismas que difícilmente pueden vender porque las autoridades municipales se los impiden bajo el supuesto de que está prohibido hacerlo.
La mayoría de los grupos étnicos han sido violentados en sus Derechos Humanos, víctimas de la extorsión por parte de los guardianes del orden y los inspectores de comercio, por lo que a los indígenas nos les queda más que aguantar en silencio. Para ellos, la idea de regresar a sus lugares de origen ya no es una opción. No es posible reinventarse cuando ya se ha dejado todo y se tiene que volver a comenzar.
Pese a todo, los mixtecos asentados en la zona conurbada de Monterrey aseguran que ahí la pasan mejor que en sus propios lugares de origen: “Sí extraño, pero ya no quiero recordar, allá no hay qué comer, se pasa mucha hambre, sólo teníamos nopal y fríjol, a veces arroz, aquí hay todo”, dice Guadalupe Martínez de 50 años.
¿Por qué es posible que en un régimen democrático se discrimine a los grupos indígenas asentados en centros urbanos como Monterrey, por llevar a cabo costumbres que no son aceptadas por las mayorías en las grandes ciudades?, ¿cómo podemos convivir con gente que tiene prácticas culturales distintas a la nuestras? ¿Por qué tendríamos que hacerlo? ¿Con base en qué argumentos filosóficos podemos valorar la diversidad cultural?
Texto original en: http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/8538745, consultado en junio de 2012 y adaptado para fines educativos.

2.6. EL MITO DE LA CAVERNA


Platón. (1998)La república.
Introducción de Manuel Fernández—Galiano.
Traductor: José Manuel Pabón y Manuel Fernández—Galiano.
Madrid: Alianza Editorial.



El Mito De La Caverna
Quizá La República sea el diálogo más importante escrito por Platón. En él expuso su doctrina social y política, y su teoría del conocimiento, parte de la cual, expresada en el “mito de la caverna”, puede leerse a continuación.

Fragmento de La República.
De Platón.
Libro VII.
Y a continuación —seguí— compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto; y a lo largo del camino suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquéllos sus maravillas.

—Ya lo veo —dijo.

Pues bien, contempla ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.

— ¡Qué extraña escena describes —dijo— y qué extraños prisioneros!

Iguales que nosotros —dije—, porque, en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?

— ¿Cómo —dijo—, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?

— ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

— ¿Qué otra cosa van a ver?

Y, si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?

—Forzosamente.

¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que velan pasar?

—No, ¡por Zeus! —dijo.

Entonces no hay duda —dije yo— de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.

—Es enteramente forzoso —dijo.

Examina, pues —dije—, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?

—Mucho más —dijo.

Y, si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que éstos son realmente más claros que los que le muestran?

—Así es —dijo.

Y, si se lo llevaran de allí a la fuerza —dije—, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado y, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?

—No, no sería capaz —dijo—, al menos por el momento.

Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.

— ¿Cómo no?
Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y contemplar.

—Necesariamente —dijo.

Y, después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible y es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.

—Es evidente —dijo— que después de aquello vendría a pensar en eso otro.

¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?

—Efectivamente.

Y, si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, Basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquéllos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente «ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal» o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?

—Eso es lo que creo yo —dijo—: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.

Ahora fíjate en esto —dije—: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol?

—Ciertamente—dijo.

Y, si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad —y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse—, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?

—Claro que sí —dijo.
Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh, amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda—prisión y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que vería quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.

—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo estarlo.

Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han llegado a ese punto no quieran ocuparse en asuntos humanos; antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas, y es natural, creo yo, que así ocurra, al menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado.

—Es natural, desde luego —dijo.

¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las contemplaciones divinas a las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrado a las tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro lugar cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo y a contender acerca del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia en sí?

—No es nada extraño —dijo.

Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que son dos las maneras y dos las causas por las cuales se ofuscan los ojos: al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la luz. Y, una vez haya pensado que también le ocurre lo mismo al alma, no se reirá insensatamente cuando vea a alguna que, por estar ofuscada, no es capaz de discernir los objetos, sino que averiguará si es que, viniendo de una vida más luminosa, está cegada por falta de costumbre o si, al pasar de una mayor ignorancia a una mayor luz, se ha deslumbrado por el exceso de ésta; y así considerará dichosa a la primera alma, que de tal manera se conduce y vive, y compadecerá a la otra, o bien, si quiere reírse de ella, esa su risa será menos ridícula que si se burlara del alma que desciende de la luz.

—Es muy razonable —asintió— lo que dices.

2.5. ENAJENACIÓN


Fuente:
D’Amato, P. 31 de octubre de 2003
ENAJENACIÓN
http://socialistworker.org/Obrero.shtml


ENAJENACIÓN
El término "enajenación" comúnmente se refiere a un sentimiento de separación, de estar solo y lejos de otros. Es decir, puede ser entendida en términos muy generales como un sentimiento, una experiencia de aislamiento, impotencia y frustración; como una pérdida de control de la propia vida e incluso como la sensación de distanciamiento de la sociedad e incluso de nosotros mismos. Para Marx, la enajenación no era un sentimiento ni una condición mental, sino una condición económica y social de la sociedad de clases--en particular, de la sociedad capitalista.

La enajenación, en términos marxistas, se refiere a la separación de la masa de asalariados de los productos de su propio trabajo. Marx expresó primero esta idea, de forma algo poética, en sus Manuscritos de 1844: "El objeto que el trabajo produce, su producto, se presenta como algo opuesto a él, como una fuerza independiente del productor".

Marx no realiza un análisis de toda forma de alienación, sino solamente realiza un análisis concreto de la alienación específicamente capitalista. Así, el estudio de la alienación sirve desde luego, para darnos cuenta de una categoría fundamental, que nos sirve en general para hacer una severa crítica a la cultura postmoderna y en particular a la cultura capitalista, en donde podemos encontrar que la enajenación la vivimos en la vida cotidiana y en donde además ésta nos sirve para justificar la pasividad, la posición de victimas ante el poder político o el poder económico y la imposibilidad de transformar el mundo.

La mayor parte de nosotros no es dueña ni de las herramientas, ni de la maquinaria con que trabajamos, como tampoco de los productos que producimos--estos pertenecen al capitalista que nos empleó. Pero todo con lo que (o sobre lo que) trabajamos en algún momento provino del trabajo humano. La ironía es que dondequiera que miremos somos confrontados con la labor de nuestras propias manos y cerebros, y sin embargo estos productos de nuestro trabajo aparecen como cosas fuera de nosotros, y fuera de nuestro control.

El trabajo y los productos de nuestro trabajo nos dominan, en vez de lo contrario. En vez de ser un lugar en donde realicemos nuestro potencial, el lugar de trabajo es meramente un lugar al que nos vemos obligados a ir para obtener dinero para comprar las cosas que necesitamos.

"Así que", escribió Marx, "el trabajador se siente a si mismo cuando no trabaja; cuando trabaja, no se siente a si mismo. Se siente a gusto cuando no trabaja, e incómodo cuando trabaja. Su trabajo, por lo tanto, no es voluntario sino forzado, es trabajo forzado. Es, por lo tanto, no la satisfacción de una necesidad pero un mero medio de satisfacer las necesidades fuera de éste. Su carácter enajenado es demostrado claramente por el hecho de que tan pronto como la compulsión física (o similar) deja de existir, se le rehúye como a la peste".

En la producción capitalista, los bienes se producen para el mercado, para obtener una ganancia. Lo que importa para el trabajador, como he dicho, es que él o ella obtengan una remuneración adecuada por su trabajo. Qué se produce, en este sentido, es inmaterial.

También es completamente inmaterial para los capitalistas. Mientras que lo que ellos hagan un mercadeo y pueda ser vendido con una ganancia, a ellos no les interesa un comino si lo que venden son piedras o agua embotellada. En este proceso, el capitalista ve al trabajador como un mero componente de la producción--un bien (su trabajo) para ser exprimido tanto como sea posible.

Además, dado que el objetivo de la producción capitalista es la ganancia y no el satisfacer las necesidades humanas, los productos del trabajo efectuado anteriormente (denominado "muerto")--como la maquinaria y los materiales, que son controlados por los capitalistas--dominan completamente el trabajo actual (denominado "vivo"). Los trabajadores son literalmente esclavos de la máquina y del proceso del trabajo. Este los controla, en vez de lo opuesto.

Es por ello que, "El trabajador se vuelve más pobre en la medida que produce más riqueza y a medida que su producción crece en poder y en cantidad. El trabajador se convierte en una mercancía aún más barata cuantos más bienes crea. La devaluación del mundo humano aumenta en relación directa con el incremento de valor del mundo de las cosas. El trabajo no sólo crea bienes; también se produce a sí mismo y al trabajador como una mercancía y en la misma proporción en que produce bienes. Este hecho supone simplemente que el objeto producido por el trabajo, su producto, se opone ahora a él como un ser ajeno, como un poder independiente del productor."

Quizás una de las formas más degradantes de la enajenación es la manera en que todo puede convertirse en un bien que puede ser comprado y vendido--inclusive el sexo. Hay otro aspecto de la enajenación que Marx llamó el "el fetichismo de los bienes". Lo que él quiso decir con esta frase extraña es la manera en que la relación social entre seres humanos, en el contexto de la producción para el mercado capitalista, toma "la forma fantástica de una relación entre cosas".

En el capitalismo la misma idea de naturaleza humana, queda alienada o fetichizada, en este sentido el fetichismo de la mercancía, se refiere de que el producto de la practica humana, cuando se convierte en mercancía, es decir, cuando se vende en un mercado, esconde su origen humano, y se contrapone al hombre como objeto natural con leyes propias. Fetichismo es otro término que agrega Marx al léxico de alienación.
Es precisamente sobre la fetichización de la naturaleza humana, entendida como una red de relaciones económico-sociales, que se erige la alienación de toda la cultura, la cual culmina en la religión.

Marx descubre que es el capitalismo el principal origen de la enajenación, es decir, como un efecto del capitalismo, el ser humano se encuentra no sólo ajeno de sí mismo, sino también de los demás hombres, y es ajeno del mundo que el mismo ha creado y transformado.

La naturaleza anárquica e imprevista de la producción para el mercado implica que sus participantes no son capaces de controlarlo. El resultado es que el comienzo de un periodo de crecimiento económico o el desliz hacia una brusca contracción son acontecimientos que suceden independientemente de la voluntad de los participantes. "Para ellos", dice Marx, "su propia acción social toma la forma de actos de objetos, que gobiernan a los productores en vez de ser gobernados por ellos".

La única manera de superar la enajenación es cuando los trabajadores decidan abolir colectivamente su separación de la propiedad y el control de los medios de producción, y usen este control para abolir el mercado y lo reemplacen con una planificación consciente que permita satisfacer las necesidades humanas.

Fuente (s):
1. Marx, Karl. "Manuscritos Económico-Filosóficos". Fondo de Cultura Económica, México 1992.

2. Feuerbach, Ludwig. "Tesis Provisionales Para La Reforma de la Filosofía". Labor, Barcelona 1976.

3. Fromm, Erich, et al. "La Soledad del Hombre". Monte Ávila Editores, Caracas 1970.

4. Hegel. "Fenomenología del Espíritu". Fondo de Cultura Económica, México 2000.

Como actividad complementaria al contenido temático ya visto, y en apoyo a las actividades del Programa de Acreditación en Grupos Colaborativos (PAC), debes de realizar las siguientes actividades:
1. Resumen del tema, que deberá de ser como mínimo, media cuartilla y como máximo una cuartilla.
2. Realizar un cuadro o un mapa conceptual sobre tema revisado.
3. Como aplicarías el tema en tu vida cotidiana.

2.5. CONCIENCIA (ACTIVIDAD)