Fuente:http://www.aceb.org/v_pp.htm
DIGNIDAD HUMANA
VALORES Y PRINCIPIOS
La Dignidad Humana y sus implicaciones éticas
El criterio de valoración
Desde la perspectiva ética, un objeto tiene mayor valor en la medida en que sirve mejor para la supervivencia y mejora del ser humano, ayudándole a conseguir la armonía y la independencia que necesita y a las que aspira.
Es esencial que los valores que se elijan y que se persigan en la propia vida se correspondan con la realidad del hombre, es decir, que sean verdaderos. Porque sólo los valores verdaderos pueden conducir a las personas al desarrollo pleno de sus capacidades naturales. En el terreno moral puede afirmarse que un valor será verdadero en función de su capacidad para hacer más humano al Hombre.
Veamos un ejemplo. Puedo elegir como ideal el egoísmo en la forma de búsqueda de la propia comodidad y del propio bienestar, desestimando las exigencias de justicia y respeto que supone la convivencia con otras personas y que exige renuncias y esfuerzos. Entonces, la personalidad se volverá insolidaria, porque habré ignorado los aspectos relacionales y comunicativos esenciales en el ser humano. Habiendo hecha esa elección, mi crecimiento personal se detendrá e iniciará una involución hacia etapas más primitivas en mi desarrollo psicológico y moral.
Por el contrario, si se elige como un valor rector la generosidad, concretada ésta en el esfuerzo por trabajar con profesionalismo, con espíritu de servicio y dedicación a causas altruistas y solidarias, entonces se favorecerá la apertura del propio yo a los demás, se ponderará la importancia de la dimensión social del ser humano y, de este modo, se estimulará el crecimiento personal.
Valores universales
En buena parte de todo el proceso de desarrollo humano (tal como lo acabamos de referir), la maduración personal sólo se facilita procurando eliminar los obstáculos que la imposibilitan; porque cuando se actúa motivado exclusivamente el propio interés puede dar lugar a una regresión a etapas más primitivas.
Así pues, si reflexionamos sobre nuestras propias acciones, podemos advertir que cuando obramos con una buena voluntad tendemos a hacerlo según una máxima tal que queremos al mismo tiempo que se torne una ley universal. Por tanto, parece acertado concretar algunos valores universales, es decir, que sean deseables para todos.
En ese sentido, la formulación clara y precisa del imperativo categórico kantiano ofrece abundante luz. Esta formulación, expuesta en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, por Inmanuel Kant, dice: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, nunca meramente como un medio, sino que, en todo momento, la trates también como un fin». Y la explicación o fundamento de dicho imperativo señala que: «los seres racionales están todos bajo la ley de que cada uno debe tratarse a sí mismo y debe tratar a todos los demás nunca meramente como medio, sino siempre a la vez como fin en sí mismo. De este modo, surge un enlace sistemático de seres racionales por leyes objetivas comunes, esto es, un reino, el cual, dado que estas leyes tienen por propósito precisamente la referencia de estos seres unos a otros como fines y medios, puede llamarse un reino de los fines».
Se trata de aquellos valores que se fundamentan en la dignidad incondicionada de todo ser humano. Una dignidad que –como se deduce de su propio origen o génesis- no admite ser relativizada: no puede depender de ninguna circunstancia (sexo, edad, salud, calidad de vida y demás cualidades).
¿Qué es un principio?
En sentido ético o moral llamamos principio a aquel juicio práctico que deriva inmediatamente de la aceptación de un valor. Del valor más básico (el valor de toda vida humana, de todo ser humano, es decir, su dignidad humana) se deriva el principio primero y fundamental en el que se basan todos los demás: la actitud de respeto que merece por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, es decir, por su dignidad humana.
Examinaremos a continuación este valor fundamental (la dignidad humana), el principio ético primordial que de él deriva, el respeto a todo ser humano y algunos otros principios básicos.
La dignidad humana, un valor fundamental
En la Filosofía Moderna y en la ética actual se propaga una subjetivización de los valores y del bien. Desde David Hume (siglo XVIII) existe una corriente de pensamiento que se expresa en la idea de que no es posible derivar ningún tipo de deber a partir del ser de las cosas. El paso siguiente nos lleva a concluir que por valores entendemos nuestras impresiones, reacciones y juicios, con lo cual convertimos el deber en un fruto de nuestra voluntad o de nuestras decisiones.
En su <> (1935), Hans Kelsen el Derecho es el resultado de la voluntad de las autoridades del Estado, que son las que determinan lo que es legalmente correcto -y legítimo- y aquello que no lo es. Ahora bien, tanto el Empirismo como el Positivismo afirman que lo bueno y lo malo son decisiones meramente irracionales o puros objetos de impresiones o reacciones del campo emocional. En ambas corrientes de pensamiento existe (y aún es aceptable) la idea de valores, pero sólo como una idea subjetiva o como objeto de consenso. Por ejemplo, el acuerdo de un grupo o de un pueblo crea los valores.
En realidad esto conduce a un relativismo total. Así, puede decirse que el grupo podría acordar que los judíos no son seres humanos o que no poseen dignidad, y que por tanto se los puede asesinar sin miedo a castigo alguno.
Para esta teoría no existe ningún fundamento que se base en la naturaleza de las cosas y cualquier punto de vista puede además variar de una a otra época.
No existe ninguna barrera segura de valores frente a la arbitrariedad del Estado y el ejercicio de la violencia. Sin embargo, el propio conocimiento y la apertura natural a los demás nos permite reconocer en ellos y en nosotros el poder de la inteligencia y la grandeza de la libertad.
Con su inteligencia, el Hombre es capaz de trascenderse a sí mismo y de trascender el mundo en que vive y del que forma parte: es capaz de contemplarse a sí mismo y de contemplar el mundo como objetos. Por otro lado, el corazón humano posee deseos insaciables de amor y de felicidad que le llevan a volcarse -con mayor o menor acierto- en personas y empresas. Todo ello es algo innato que forma parte de su mismo ser y siempre le acompaña, aunque a veces se halle escondido por la enfermedad o la inconsciencia.
En resumen: a la vez que forma parte del mundo, el Hombre lo trasciende y muestra una singular capacidad de dominarlo -por su inteligencia y por su libertad. Y se siente impulsado a la acción con esta finalidad. Podemos aceptar, por tanto, que el valor del ser humano es de un orden superior con respecto al de los demás seres del cosmos. Y a ese valor lo denominamos <>.
La dignidad propia del Hombre es un valor singular que fácilmente puede reconocerse. Lo podemos descubrir en nosotros mismos o podemos verlo en los demás. Pero no podemos otorgarlo como tampoco está en nuestra mano retirárselo a alguien. Es algo que nos viene dado. Es anterior a nuestra voluntad y reclama de nosotros una actitud proporcionada, adecuada: reconocerlo y aceptarlo como un valor supremo (actitud de respeto) o bien ignorarlo o rechazarlo.
Este valor singular que es la dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que, como se ha dicho, debe extenderse a todos los que lo poseen: a todos los seres humanos. Por tal motivo, aún en el caso de que toda la sociedad decidiera por consenso dejar de respetar la dignidad humana, ésta seguiría siendo una realidad presente en cada ciudadano. Aún cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados en campos de concentración o eliminados, este desprecio no cambiaria en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos.
Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético -que la enfermedad sólo es capaz de esconder pero que resurgirá de nuevo si el individuo recibe la terapéutica oportuna-, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto.
Principios derivados de la dignidad humana
La primera actitud que sugiere la consideración de la dignidad de todo ser humano es la de respeto y rechazo de toda manipulación: frente a otra persona no podemos comportarnos como nos conducimos ante un objeto, como si se tratara de una "cosa", como un medio para lograr nuestros fines personales.
Principio de Respeto
Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, sólo por su condición fundamental de ser humano. El valor de los seres humanos es distinto del valor que poseen los objetos que usamos, pues estos tienen un valor de intercambio y, por tanto, son reemplazables. En cambio, el valor de cada ser humano es ilimitado, puesto que -como sujeto dotado de identidad, dignidad y capacidad de elección- es único e irreemplazable. En este sentido, el principio de respeto señala que:
«En toda acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno -a ti mismo y a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona»
El respeto al que se refiere este principio es diferente del se invoca cuando, por ejemplo, alguien dice “Ciertamente yo respeto a esta persona”, o “Tienes que hacerte merecedor de mi respeto”. Estas son formas especiales de respeto, similares a la admiración. Pero el principio de respeto supone un respeto general que se debe a todas las personas.
Así pues, dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de elegir, deben ser tratados como fines y no meramente como medios. En otras palabras, los Hombres no deben ser utilizados y tratados como objetos, pues las cosas pueden manipularse y usarse, pero la capacidad de elección (propia de cada ser humano) debe ser respetada.
Para saber si estamos tratando a alguien con respeto podemos usar un criterio simple que consiste en considerar si la acción a realizar puede ser reversible. O a modo de pregunta: ¿querrías que alguien hiciera contigo la misma cosa que tú vas a hacer a otro? Esta es la idea fundamental contenida en la Regla de Oro: «trata a los otros tal como quieras que ellos te traten a ti», idea que podría parecer exclusiva de cristianos; pero más de un siglo antes del nacimiento de Cristo un pagano pidió al Rabí Hillel que explicara la ley entera de Moisés mientras se sostenía sobre un solo pié. Hillel resumió todo el cuerpo de la ley judía levantando un pié y diciendo: «No hagas a los demás lo que odiarías que ellos hicieran contigo».
Otros principios
El respeto es un concepto rico en contenido. Contiene la esencia de lo que se refiere a la vida moral. Sin embargo, la idea es tan amplia que en ocasiones es difícil determinar cómo puede aplicarse a un caso particular. Por lo cual, vale la pena hacer notar que en la ética aplicada, cuanto más concreto es el caso, más puntos muestra en los que puede originarse controversia; pues en esta área la mayor dificultad reside en aplicar un principio abstracto a las particularidades de un caso dado, por ello resulta de gran ayuda derivar del principio de respeto otros principios menos básicos. Conviene, pues, disponer de algunas derivaciones más específicas del principio general de respeto, entre las cuales están los principios de no malevolencia y de benevolencia, y el principio de doble efecto.
Principios de No-malevolencia y de Benevolencia
«En todas y en cada una de tus acciones, evita dañar a los otros y procura siempre el bienestar de los demás».
Principio de doble efecto
«Busca primero el efecto beneficioso. Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, asegúrate de que no son previsibles efectos secundarios malos desproporcionados respecto al bien que se sigue del efecto principal»
El principio de respeto no se aplica sólo a los otros, sino también a uno mismo. Así, para un profesional, por ejemplo, respetarse a uno mismo significa obrar con integridad.
Principio de Integridad
«Compórtate en todo momento con la honestidad de un auténtico profesional, tomando todas tus decisiones con el respeto que te debes a ti mismo, de tal modo que te hagas así merecedor de vivir con plenitud tu profesión».
Ser profesional no es únicamente ejercer una profesión sino que implica realizarlo con profesionalidad, es decir: con conocimiento profundo del arte, con absoluta lealtad a las normas deontológicas y buscando el servicio a las personas y a la sociedad por encima de los intereses egoístas.
Otros principios básicos a tener presentes son los de justicia y utilidad.
Principio de Justicia
«Trata a los otros tal como les corresponde como seres humanos; sé justo, tratando a la gente de forma igual. Es decir: tratando a cada uno de forma similar en circunstancias similares».
La idea principal del principio de justicia es la de tratar a la gente de forma apropiada. Esto puede expresarse de diversas maneras ya que la justicia tiene diversos aspectos. Estos aspectos incluyen la justicia substantiva, distributiva, conmutativa, procesal y retributiva.
Principio de Utilidad
«Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, elige siempre aquella actuación que produzca el mayor beneficio para el mayor número de personas».
El principio de utilidad pone énfasis en las consecuencias de la acción. Sin embargo, supone que has actuado con respeto a las personas. Si tienes que elegir entre dos acciones moralmente permisibles, elige aquella que tiene mejor resultado para más gente.
DIGNIDAD HUMANA
VALORES Y PRINCIPIOS
La Dignidad Humana y sus implicaciones éticas
El criterio de valoración
Desde la perspectiva ética, un objeto tiene mayor valor en la medida en que sirve mejor para la supervivencia y mejora del ser humano, ayudándole a conseguir la armonía y la independencia que necesita y a las que aspira.
Es esencial que los valores que se elijan y que se persigan en la propia vida se correspondan con la realidad del hombre, es decir, que sean verdaderos. Porque sólo los valores verdaderos pueden conducir a las personas al desarrollo pleno de sus capacidades naturales. En el terreno moral puede afirmarse que un valor será verdadero en función de su capacidad para hacer más humano al Hombre.
Veamos un ejemplo. Puedo elegir como ideal el egoísmo en la forma de búsqueda de la propia comodidad y del propio bienestar, desestimando las exigencias de justicia y respeto que supone la convivencia con otras personas y que exige renuncias y esfuerzos. Entonces, la personalidad se volverá insolidaria, porque habré ignorado los aspectos relacionales y comunicativos esenciales en el ser humano. Habiendo hecha esa elección, mi crecimiento personal se detendrá e iniciará una involución hacia etapas más primitivas en mi desarrollo psicológico y moral.
Por el contrario, si se elige como un valor rector la generosidad, concretada ésta en el esfuerzo por trabajar con profesionalismo, con espíritu de servicio y dedicación a causas altruistas y solidarias, entonces se favorecerá la apertura del propio yo a los demás, se ponderará la importancia de la dimensión social del ser humano y, de este modo, se estimulará el crecimiento personal.
Valores universales
En buena parte de todo el proceso de desarrollo humano (tal como lo acabamos de referir), la maduración personal sólo se facilita procurando eliminar los obstáculos que la imposibilitan; porque cuando se actúa motivado exclusivamente el propio interés puede dar lugar a una regresión a etapas más primitivas.
Así pues, si reflexionamos sobre nuestras propias acciones, podemos advertir que cuando obramos con una buena voluntad tendemos a hacerlo según una máxima tal que queremos al mismo tiempo que se torne una ley universal. Por tanto, parece acertado concretar algunos valores universales, es decir, que sean deseables para todos.
En ese sentido, la formulación clara y precisa del imperativo categórico kantiano ofrece abundante luz. Esta formulación, expuesta en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, por Inmanuel Kant, dice: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, nunca meramente como un medio, sino que, en todo momento, la trates también como un fin». Y la explicación o fundamento de dicho imperativo señala que: «los seres racionales están todos bajo la ley de que cada uno debe tratarse a sí mismo y debe tratar a todos los demás nunca meramente como medio, sino siempre a la vez como fin en sí mismo. De este modo, surge un enlace sistemático de seres racionales por leyes objetivas comunes, esto es, un reino, el cual, dado que estas leyes tienen por propósito precisamente la referencia de estos seres unos a otros como fines y medios, puede llamarse un reino de los fines».
Se trata de aquellos valores que se fundamentan en la dignidad incondicionada de todo ser humano. Una dignidad que –como se deduce de su propio origen o génesis- no admite ser relativizada: no puede depender de ninguna circunstancia (sexo, edad, salud, calidad de vida y demás cualidades).
¿Qué es un principio?
En sentido ético o moral llamamos principio a aquel juicio práctico que deriva inmediatamente de la aceptación de un valor. Del valor más básico (el valor de toda vida humana, de todo ser humano, es decir, su dignidad humana) se deriva el principio primero y fundamental en el que se basan todos los demás: la actitud de respeto que merece por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, es decir, por su dignidad humana.
Examinaremos a continuación este valor fundamental (la dignidad humana), el principio ético primordial que de él deriva, el respeto a todo ser humano y algunos otros principios básicos.
La dignidad humana, un valor fundamental
En la Filosofía Moderna y en la ética actual se propaga una subjetivización de los valores y del bien. Desde David Hume (siglo XVIII) existe una corriente de pensamiento que se expresa en la idea de que no es posible derivar ningún tipo de deber a partir del ser de las cosas. El paso siguiente nos lleva a concluir que por valores entendemos nuestras impresiones, reacciones y juicios, con lo cual convertimos el deber en un fruto de nuestra voluntad o de nuestras decisiones.
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En realidad esto conduce a un relativismo total. Así, puede decirse que el grupo podría acordar que los judíos no son seres humanos o que no poseen dignidad, y que por tanto se los puede asesinar sin miedo a castigo alguno.
Para esta teoría no existe ningún fundamento que se base en la naturaleza de las cosas y cualquier punto de vista puede además variar de una a otra época.
No existe ninguna barrera segura de valores frente a la arbitrariedad del Estado y el ejercicio de la violencia. Sin embargo, el propio conocimiento y la apertura natural a los demás nos permite reconocer en ellos y en nosotros el poder de la inteligencia y la grandeza de la libertad.
Con su inteligencia, el Hombre es capaz de trascenderse a sí mismo y de trascender el mundo en que vive y del que forma parte: es capaz de contemplarse a sí mismo y de contemplar el mundo como objetos. Por otro lado, el corazón humano posee deseos insaciables de amor y de felicidad que le llevan a volcarse -con mayor o menor acierto- en personas y empresas. Todo ello es algo innato que forma parte de su mismo ser y siempre le acompaña, aunque a veces se halle escondido por la enfermedad o la inconsciencia.
En resumen: a la vez que forma parte del mundo, el Hombre lo trasciende y muestra una singular capacidad de dominarlo -por su inteligencia y por su libertad. Y se siente impulsado a la acción con esta finalidad. Podemos aceptar, por tanto, que el valor del ser humano es de un orden superior con respecto al de los demás seres del cosmos. Y a ese valor lo denominamos <
La dignidad propia del Hombre es un valor singular que fácilmente puede reconocerse. Lo podemos descubrir en nosotros mismos o podemos verlo en los demás. Pero no podemos otorgarlo como tampoco está en nuestra mano retirárselo a alguien. Es algo que nos viene dado. Es anterior a nuestra voluntad y reclama de nosotros una actitud proporcionada, adecuada: reconocerlo y aceptarlo como un valor supremo (actitud de respeto) o bien ignorarlo o rechazarlo.
Este valor singular que es la dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que, como se ha dicho, debe extenderse a todos los que lo poseen: a todos los seres humanos. Por tal motivo, aún en el caso de que toda la sociedad decidiera por consenso dejar de respetar la dignidad humana, ésta seguiría siendo una realidad presente en cada ciudadano. Aún cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados en campos de concentración o eliminados, este desprecio no cambiaria en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos.
Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético -que la enfermedad sólo es capaz de esconder pero que resurgirá de nuevo si el individuo recibe la terapéutica oportuna-, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto.
La primera actitud que sugiere la consideración de la dignidad de todo ser humano es la de respeto y rechazo de toda manipulación: frente a otra persona no podemos comportarnos como nos conducimos ante un objeto, como si se tratara de una "cosa", como un medio para lograr nuestros fines personales.
Principio de Respeto
Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, sólo por su condición fundamental de ser humano. El valor de los seres humanos es distinto del valor que poseen los objetos que usamos, pues estos tienen un valor de intercambio y, por tanto, son reemplazables. En cambio, el valor de cada ser humano es ilimitado, puesto que -como sujeto dotado de identidad, dignidad y capacidad de elección- es único e irreemplazable. En este sentido, el principio de respeto señala que:
«En toda acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno -a ti mismo y a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona»
El respeto al que se refiere este principio es diferente del se invoca cuando, por ejemplo, alguien dice “Ciertamente yo respeto a esta persona”, o “Tienes que hacerte merecedor de mi respeto”. Estas son formas especiales de respeto, similares a la admiración. Pero el principio de respeto supone un respeto general que se debe a todas las personas.
Así pues, dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de elegir, deben ser tratados como fines y no meramente como medios. En otras palabras, los Hombres no deben ser utilizados y tratados como objetos, pues las cosas pueden manipularse y usarse, pero la capacidad de elección (propia de cada ser humano) debe ser respetada.
Para saber si estamos tratando a alguien con respeto podemos usar un criterio simple que consiste en considerar si la acción a realizar puede ser reversible. O a modo de pregunta: ¿querrías que alguien hiciera contigo la misma cosa que tú vas a hacer a otro? Esta es la idea fundamental contenida en la Regla de Oro: «trata a los otros tal como quieras que ellos te traten a ti», idea que podría parecer exclusiva de cristianos; pero más de un siglo antes del nacimiento de Cristo un pagano pidió al Rabí Hillel que explicara la ley entera de Moisés mientras se sostenía sobre un solo pié. Hillel resumió todo el cuerpo de la ley judía levantando un pié y diciendo: «No hagas a los demás lo que odiarías que ellos hicieran contigo».
Otros principios
El respeto es un concepto rico en contenido. Contiene la esencia de lo que se refiere a la vida moral. Sin embargo, la idea es tan amplia que en ocasiones es difícil determinar cómo puede aplicarse a un caso particular. Por lo cual, vale la pena hacer notar que en la ética aplicada, cuanto más concreto es el caso, más puntos muestra en los que puede originarse controversia; pues en esta área la mayor dificultad reside en aplicar un principio abstracto a las particularidades de un caso dado, por ello resulta de gran ayuda derivar del principio de respeto otros principios menos básicos. Conviene, pues, disponer de algunas derivaciones más específicas del principio general de respeto, entre las cuales están los principios de no malevolencia y de benevolencia, y el principio de doble efecto.
Principios de No-malevolencia y de Benevolencia
«En todas y en cada una de tus acciones, evita dañar a los otros y procura siempre el bienestar de los demás».
Principio de doble efecto
«Busca primero el efecto beneficioso. Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, asegúrate de que no son previsibles efectos secundarios malos desproporcionados respecto al bien que se sigue del efecto principal»
El principio de respeto no se aplica sólo a los otros, sino también a uno mismo. Así, para un profesional, por ejemplo, respetarse a uno mismo significa obrar con integridad.
Principio de Integridad
«Compórtate en todo momento con la honestidad de un auténtico profesional, tomando todas tus decisiones con el respeto que te debes a ti mismo, de tal modo que te hagas así merecedor de vivir con plenitud tu profesión».
Ser profesional no es únicamente ejercer una profesión sino que implica realizarlo con profesionalidad, es decir: con conocimiento profundo del arte, con absoluta lealtad a las normas deontológicas y buscando el servicio a las personas y a la sociedad por encima de los intereses egoístas.
Otros principios básicos a tener presentes son los de justicia y utilidad.
Principio de Justicia
«Trata a los otros tal como les corresponde como seres humanos; sé justo, tratando a la gente de forma igual. Es decir: tratando a cada uno de forma similar en circunstancias similares».
La idea principal del principio de justicia es la de tratar a la gente de forma apropiada. Esto puede expresarse de diversas maneras ya que la justicia tiene diversos aspectos. Estos aspectos incluyen la justicia substantiva, distributiva, conmutativa, procesal y retributiva.
Principio de Utilidad
«Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, elige siempre aquella actuación que produzca el mayor beneficio para el mayor número de personas».
El principio de utilidad pone énfasis en las consecuencias de la acción. Sin embargo, supone que has actuado con respeto a las personas. Si tienes que elegir entre dos acciones moralmente permisibles, elige aquella que tiene mejor resultado para más gente.
Como actividad complementaria al contenido temático ya visto, y en apoyo a las actividades del Programa de Acreditación en Grupos Colaborativos (PAC), debes de realizar las siguientes actividades:
1. Resumen del tema, que deberá de ser como mínimo, media cuartilla y como máximo una cuartilla.
2. Realizar un cuadro o un mapa conceptual sobre tema revisado.
3. Como aplicarías el tema en tu vida cotidiana.